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RECUERDOS DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA

De mi pueblo siento recuerdos de fantasía y cultura, mejores o peores, pero lo llevo dentro. Recuerdo hoy, ya mayor siguiendo el camino avanzando hacia el puesto del camino en el último período de la vida del anciano, cuando celebrábamos el día de matar la vieja, donde casi entablábamos enfrentamientos con esas personas de tiempos pasados, de tiempos antiguos, cuando nosotros representábamos a los jóvenes de aquella actualidad. Llegábamos a sus puertas cantando aquella canción (grosera) con falta de atención y respeto que decía así:

A matar la vieja
con pan y pelleja,
y si no quiere salir
hacerla parir...

Después les pedíamos que nos compensaran con la voluntad de algún céntimo o perra y poder con ello comprar golosinas e irlas a comer debajo de la peña, y a quienes no nos daban nada les intentábamos tirar los poyos y picar las paredes de sus viviendas como venganza, con aquellas cayadas de hierro que se usaban para tal acto; no comprendíamos el dolor humano que debíamos causar con tal acción.

Como no se me olvida y por deducción saco que ya tendría cinco o seis años, cuando José Barrigón -hijo de Francisco Barrigón “el herrero”- después de seis años de servicio militar junto a los dedicados a la guerra, la compañía a la que pertenecía se encontraban haciendo maniobras cerca de nuestro pueblo y él con su ilusión de pasar por el lugar que lo vio nacer, convenció a sus superiores para hacer una visita a esta villa acompañado por toda la escuadra. Los habitantes del pueblo considerábamos esto como un acontecimiento fuera de lo normal, la gente comentaba, los chicos corríamos para ver de cerca un camión con militares del ejército español y de la guerra. Se recuerda que se le hizo una especie de despedida desde la puerta de la iglesia, dicha compañía con sus soldados -entre ellos José Barrigón- a las órdenes de su capitán, emprendieron la marcha con dirección a la ciudad de Toro; al salir por la calle de Toro chocó el camión con los pilares de la trasera del corral de la señora M. Jacinta González - que se dice se suicidó arrojándose a un pozo -era madre de Pablo Amigo, casa que hoy es propiedad del su nieto Emilio Amigo- y que este hecho del soldado sembró una especie de alarma en el lugar y hoy se recuerda como una curiosa anécdota.

Ya por el año 1.947 unos misioneros dirigidos por el padre Patricio (familiar descendente de Patricio Crespo, que sus raíces como sabemos venían de Bóveda de Toro) hicieron una peregrinación a Villabuena, con su oratoria de sermones basados, como es lógico, en el evangelio de Cristo. Se recuerdan varias anécdotas de estas misiones; pero a mí en especial me hace mucha gracia una que oí contar de Francisco Martín “el mozo”. Este se encontraba sirviendo de criado en casa del señor Octavio Aparición; éste tal vez más por el acto protocolario establecido por las costumbres que por la devoción, le envió a la iglesia, a las misiones u oficios de la mañana; haciéndole constar que regresara cuando terminaran. Pero Francisco, rehuyendo de los duros trabajos que su amo le pudiera mandar, se quedó en la iglesia hasta la hora de comer. Cuando llegó a casa del patrón, el amo le preguntó “¿Cómo has tardado tanto?”, el criado le contestó “Porque usted me dijo que viniera cuando se terminara, y todavía no ha terminado porque aún hay gente en la iglesia, pero no he aguantado más, porque tenía que venir a comer”.

Recuerdo afligido que durante el período de estas misiones (año 1.953) un devastador incendio destruyó la casa de Julián de la Iglesia (el columbano) y los supersticiosos decían que era por ser martes y trece.

Cuando finalizaron estas misiones, se mandó construir la típica cruz de estos actos misionales, pero en esta ocasión se mandó hacer de grandes proporciones -sinónimo al padre Patricio pudo ser- en el taller de Eufronio Martín, ubicado talmente delante de la iglesia, donde Rodrigo Gómez se encontraba trabajando de aprendiz, siendo este quien se ocupó de la construcción de mencionada obra. Los mozalbetes de mi edad se encargaron de trasladarla a la cima de la famosa montaña llamada la peña, donde quedó clavada simbolizando el acontecimiento, todo ello dirigido por el párroco de la actualidad Don Hipólito.

El liderazgo excesivo de la Iglesia en estas épocas nos hace recordar cosas que hoy parecen un sueño. Pudo ser en el año 1.951 cuando la curia episcopal de la diócesis de Zamora y su ejecutiva, deciden administrar el sacramento de la confirmación en Villabuena. Y con su prelado superior, se trasladan a esta localidad para quien hubiera recibido la fe del bautismo, se le confirma y corrobora en ella. Para el recibimiento a tal personalidad, las autoridades del lugar incluido -como no- el sacerdote, nos dotó de banderitas de España y del Vaticano a niños y jóvenes saliendo a las afueras del poblado a recibir al señor obispo, y esto era lo único positivo para el pueblo. Junto al otorgamiento de vender y comprar hasta el llanto y las lágrimas por los difuntos el día de su muerte, bien por dinero bien por favores de los más fuertes económicamente hablando.

Recuerdo que el día 9 de octubre de 1.958 falleció el Papa Pío XII, de quien se dijo que fue el mejor Papa de todos los tiempos y puede que hubiera mucho de razón en ello en aquellas fechas, pues trabajó en la declaración de los derechos humanos, que yo considero que fue el mejor resultado final que hasta hoy ha tenido la humanidad. Se impusieron tres días de luto de guardar, prohibiendo toda la clase de festejos y el toque de campañas. Este era el derecho que tenía la Iglesia de funcionar sobre el resto de gobernantes, debiéndonos comportar fraternalmente con sus ideas.

En el año 1.936 una riada en el Guareña rompió la presa del famoso molino Sopeña, que con el sobrante del agua de moler se regaban bastantes hectáreas de terreno en los pagos de los paleros y cola de palomar denominándola “la regata del molino”. Debido a esta rotura, la zona de regadío se convirtió en secano; hasta que en el año 1.952 la hermandad de labradores siendo presidente de la misma Tomas Hernández, hizo construir una nueva presa al lado del puente de piedra, con la intención de volver a hacer de regadío la parte que antes lo fue, e incluso añadir algo más, pues fue cuando comenzó a irrumpir con fuerza el cultivo de la remolacha, olvidándose el cultivo autóctono de la tierra, las viñas y el arbolado frutal. Tal vez por malas gestiones administrativas, pero creemos que la causa principal fue la falta de agua, esto fracasó. Esta obra fue hecha en casi su totalidad a prestación personal por los componentes de la junta de regentes. Mi padre como tenía una finca en arriendo de la heredad de Villachica en el pago de la plana, y como se pensaba que iba a ser regada, fui yo en nombre de nuestro hogar a dar la prestación con mi esfuerzo personal.

Recuerdo que como estábamos trabajando cerca del pueblo nos visitaban algunas mozas elegantes y bellas (en Villabuena siempre las ha habido) que nos decían: “picar, trabajar y dar el sudor por el progreso del pueblo” y algunos de nosotros les contestábamos dirigiéndonos a su pecho: “abre tú ese canal de riego, que habrá huerta para los pobres y jornal para el obrero”. Algunas de ellas, al sentirse halagadas, nos contestaban con un cumplimiento tan diplomático, que nosotros decíamos que eran como “la graja” (esposa del señor Jeremías) que se ganó este apelativo por dar una cara de frente y otra por detrás.

Yo no entendía por que entre Bóveda y Villabuena existía tanta rivalidad siendo pueblos casi hermanos (como genéticamente se viene viendo). Hoy lo comprendo perfectamente ya que resido en Asturias; vivo en Gijón y conozco Oviedo a la perfección. Por ello comprendo que entre mi pueblo y Bóveda siempre haya existido esa tirantez y aún más desde lo de la virgen en la fiesta del Lunes de Aguas. Seguro que todos los que vivimos aquellas épocas recordamos las luchas y batallas que formábamos a pedradas entre los chavales y más que chavales, los enfrentamientos partían en la raya de los dos pueblos. Pero nosotros los de Villabuena, dirigidos por aquel Eulogio García “el azulete” como si de un capitán comunero se tratara. En varias ocasiones les hicimos retroceder hasta ese punto tan cercano de Bóveda llamado el contadero. Esto tomó tal cáliz, que hubo de intervenir la guardia civil durante los días festivos, que era cuando se daban las batallas; en la lucha ganábamos, pero en todo lo demás llevábamos todas las de perder. El cuartel de la guardia estaba instalado en Bóveda, la farmacia en Bóveda, el teléfono en Bóveda y así la mayoría de los servicios necesarios, que todavía se venían conservando como de población más fuerte económicamente (por lo que ya sabemos) que Villabuena. Por ello nos veíamos obligados a desplazarnos a esta localidad en varias ocasiones y sentíamos algún respeto si nos encontrábamos con algunos de los contrincantes; y no digamos cuando se cortejaba entre mozas y mozos de distinto lugar.

Estos cortejamientos de forasteros en los que el pretendiente de la chica, para demostrar su fidelidad hacia ella debía pagar un canon, que valía medio cántaro de vino, o sea “el medio cántaro”. Al forastero que no fuera de Bóveda se le daba un plazo de veinticinco a treinta días, pero cuando era de esta localidad solamente se le permitían quince días, sino lo hacia en esta fecha no se le permitía entrar en el pueblo y si entraba tenía que hacerlo bien protegido por amigos del mismo lugar que avalaran su confianza en el baile sitio de reencuentro entre la pareja. Todo lo relatado de la rivalidad entre los pueblos colindantes, era comentado en las pozas, la Guareña, comercio de Plasen, Solanas, etc., que eran los lugares preferentes de criticas, que parecían El Heraldo de Zamora.

En no tan larga estancia en el lugar de mi nacimiento, son muchos los recuerdos que casi nunca he expresado, no siendo en esta ocasión. Creo que fue allá por el año 1.955 o 1.956 cuando ICONA efectúo una repoblación en el occidente de la provincia de Zamora en la zona denominada la sierra de la Culebra; varios vecinos del Villabuena y de mi edad (años arriba o abajo) marcharon a ganar un sueldo; creo que entre ellos estaban José Hernández, Horacio Hermosa, Domiciano Seco, Domiciano Martín, Antonio Feo ..., entre otros que no recuerdo y estos que digo a lo mejor los puedo confundir. Yo tenía tanto miedo y repugnancia a estos reptiles que denominaban el lugar, que me parecía que el hecho de ir hasta este sitio era buscar la convivencia con ellos y no me decidí a ir. Aparte que me parecía un desprestigio salirme de casa de mi padre y dejar el pueblo para trabajar. Más tarde lo tuve que hacer y desplazarme mucho más largo, abandonando el hogar, la provincia, mis amigos y mi valle del Guareña.

Al recordar nuestro río Guareña y creo que todos los nativos del valle lo tenemos como cosa propia nuestra (ya lo hemos citado), es de recordar que en este pueblo se ha pagado un tributo a sus aguas con la vida de algunas personas ahogadas en las mismas, como recordemos aquel 18 de julio de 1.939 en que dio su vida Constancio Muñoz, al ahogarse en este día festivo cuando sólo contaba con 21 años de edad. En el 1.954 se llevó la vida de José Iglesias (Pepín) hijo de madre del pueblo que aunque residían en Toro, por razones de trabajo se encontraba en el pueblo de su madre. Sagrario Arribas (Sayo), hija de Pepe y Minervina Gonzalez “la chavita”, apareció su cuerpo ahogado en la zona del puente de piedra, allá por el año 1.957 su ahogamiento debió de ser en la presa que hemos citado del canal de riego. Un año más tarde apareció el cadáver de Agripino Ramos frente a su domicilio en el río Guareña, en el camino de la Bóveda.

Nuestra infancia se desarrolló entre la dictadura dolorosa y triste con el terror de la represalia de esa maldita guerra despertándose esos odios y envidias que eran el pan nuestro de cada día. Simplemente luchar por la supervivencia era ir a moler algún trigo o centeno para hacer harina y poder comer pan, exponerte a ser detenido por la guardia civil o algún comando del somaten formado y dirigido por una formación llamada falange, y te multaban o requisaban la mercancía. Los animales que se utilizaban para hacer este transporte a los molinos, bien cargados en carros bien en los lomos de los mismos, nos servían de guías, librándonos en algunas ocasiones de la multa o requisamiento de la mercancía; ya que como esto había que hacerse de noche, nada se veía hasta que no te echaban el alto, pero las mulas, burras, caballos... cuando detectaban algún ser viviente te alertaban haciendo señas de movimiento con sus orejas. Esto -según el caso- hacía apartarse a uno de la senda que seguías o se escondía la mercancía, o al menos ya estabas preparado para hacer la humilde defensa que buenamente pudieras.

En otras ocasiones (en estas épocas del estraperlo) con otras mercancías o los mismos animales, te podían atracar, robar o al menos intentarlo, pero después de observar los movimientos de las orejas de los animales, hacías lo mismo que en el caso anterior.

Fue una etapa durísima de nuestra vida, donde existían los niños labradores. Recuerdo a Miro Rodríguez y a Basílico Seco, hijos de los señores Serapio y Basílico -respectivamente-, estos tan pequeños eran en edad, que no llegaban ni podían echar el arado romano, en el yugo de las yuntas que utilizaban para arar. En días de frío crudo con niebla y escarcha, tenían que recurrir al auxilio de alguna persona que pasara por donde ellos se encontraran y les ayudaran a hacerlo, y si no coger el arado, arrimar la yunta cerca de un montículo o vallado y cargarlo en el yugo como podían. A este fue al colegio que ellos asistieron, por lo que cultura, e intelectualidad seguía siendo casi nula, en nuestro pueblo.

En reciente visita a mi pueblo natal, en una conversación de amigos de siempre -aún aparentando ser rivales en ciertas ocasiones- en una charla amena, pues algunos éramos quintos y otros año arriba o abajo, uno de estos buenos amigos sugería que éramos una de las generaciones más explotadas ya que primero nos explotaron los padres y hoy las circunstancias del trabajo hacían que nos explotaran los hijos. Tal vez llevara razón, yo no se la di, solamente hice constar que eran ciclos de la vida por los que se ha de pasar y que nuestros padres seguro que nunca quisieran haber explotado a sus hijos, haciendo resaltar que estos hombres tuvieron que sufrir fuertes contradicciones y profundos contrastes estrujando su salud y el sistema nervioso del ser humano. Y hoy nuestros hijos si tuvieran un puesto de trabajo digno, tampoco explotarían a sus padres. Aunque no estuviera muy convencido, por la situación económica, privilegiada en aquellas fechas de su hogar, me dio la razón.

Sin embargo la orientación a los servicios nos estaba empezando a producir impresiones deslumbrantes y nos parecía que el progreso cada día era más. Claro está, íbamos dejando de ver el cigüeñal de sacar el agua para el riego, después la noria, sustituida por el canal, se implantaban más lagares para dejar de pisar las uvas, los cestos con las uvas se descargaban por las zarceras, llegaban a dejar de verse los carros que iban hasta el pueblo a buscar vino con bueyes y mulas como las del Magillo de Toro, o los bueyes de los hermanos Tascón de Boñar (León), sustituyéndose con vehículos de motor y hasta un lujo nos parecía cuando vimos a un señor a quien le faltaban las dos piernas, con un carrito tirado por unos perros, pidiendo limosna. Y maravillados nos quedamos cuándo en el año 1.956 con el avance de instalar en las viviendas el agua corriente quitándole a las mujeres esa carga de esclavitud de tener que ir a coger este líquido a las fuentes naturales del caño, el cañal o sacarla de algunos pozos que existían con las poleas y maromas a veces endurecidas por los hielos. Esta obra se llevó a cabo siendo alcalde Emilio Amigo, que como hemos hecho constar, estos apellidos casi siempre estuvieron de regentes acaudillando en el pueblo; quitándoles la carga a las mujeres mozas y no mozas de tener que desplazarse -en todas las ocasiones- hasta las pozas y la Guareña a lavar la ropa y las tripas de las matanzas, en días que la niebla y frío, les hacia hasta romper el hielo (carámbanos) para poder ejercer su actividad dentro del agua helada.

Pero seguían imperando las secuelas dejadas por esa maldita guerra, que no sólo era en nuestro pueblo, se veía en la transfuga que había de pueblos a pueblos pidiendo limosna. Recuerdo que de Bóveda llegaba un señor llamado Primitivo con dos hijos de corta edad, que montaban un tipo de escenario en las calles para rifar el cuadro de las tres caras -que así lo denominaban ellos-; el padre recitaba poesías, su predilección era “El alcázar de Toledo”, pero yo recuerdo una que decía así:

Corriendo van por la vega
en los puertos de Granada,
hasta cuarenta gomales
y el capitán que los guarda.

No se si esto tendría algo que ver con “El alcázar de Toledo” o no; lo cierto es que el decía este verso al comienzo de su poesía, o el hombre así se lo inventaba, para conseguir la limosna y poder dar de comer sus hijos.

Los síntomas de debilidad económica eran patentes; de Villardondiego se llegaba hasta Villabuena el mozo Luis, que con sus canciones de trova -sin gran rima- le dedicaba a las mozas y no mozas para conmover a la entrega de la limosna para su supervivencia. Otras personas llegaban de otros lugares buscando el sostento con otros trabajos; de Fuentelapeña llegaba un señor que hacía cestos, cuévanos, cestas, etc.; de Cantalapiedra llegaban unos señores que empedraban trillos y otros esquilaban ovejas que el señor José “el esquilador” con su descendencia actual hoy en el pueblo, debía de descender de estas raíces. El Fole de Bóveda, en Villabuena compraba pieles de animales conejos, liebres, gatos... para volverlos a vender y curtir ganando su sostento. De la provincia de Salamanca visitaban este lugar gentes de Bejar y la Velles, que vestían unos mandilones de color gris y nos vendían pimiento y tripas para hacer chorizos en las matanzas y castañas con el pago del truque, cebada, trigo, centeno...

La miseria, el hambre, el bajo nivel intelectual y cultural prevalecían dentro de una zona que ya de por sí era pobre. Recuerdo el primer cine que ví en el pueblo, llegó hasta aquí por una familia ambulante, el padre vestía blusa azul y lo recuerdo al lado de un carrillo con una borrica (esta era su casa y su hacienda); normalmente acampaban junto a la iglesia, otras veces junto a algún caseto en las eras; cuando llovía, el padre aclamaba el cielo con alaridos y las manos abiertas. En las noches daban la función en alguna panera o edificación en construcción, que algún buen alma les dejaba; no disponían de dinero ni recaudación para pagar el alquiler del salón de “el malagueño”, aunque algunas veces lo hacían. Recuerdo y recordaremos todos los que tenemos la suerte de vivir, la oratoria de aquel buen hombre de la blusa azul, cuando nos narraba la escena que estábamos viendo en el cine mudo, en blanco y negro, en una película de bandoleros con caballos: “ya se abajan del caballo y llevan a la neña...” decía. Años más tarde, Fructuoso Hernández tuvo la valentía de instalar un cine sonoro en el pueblo, dándonos la ilusión de ver en el pueblo no sólo el cine sonoro, sino también sus carteleras de anuncios de películas que la mayoría de los nativos del lugar sólo habíamos llegado a ver en la ciudad de Toro.

De esta clase de espectáculos solo recordábamos un señor, también ambulante, que a veces llegaba al pueblo con el instrumental de un caballete, donde sostenía un cartel con cuadros dibujados que representaban hechos de tragedia o de comedia, con sucesos interesantes y conmovedores de la vida real, y el señor con una disertación oral de carácter artístico, nos ofrecía a la vista la descripción con pasión de escenas pasando de cuadro en cuadro, mientras iba marcando con una vara lo expuesto e interpretando cada imagen con gran atractivo. La existencia de público a dicho acto era bastante masiva ya que le seguíamos con deleite y asombro. Con esta actuación el pobre señor, solicitaba la voluntad económica del público presente tratando de encubrir la importunidad y humillación del hombre hacia la limosna.

Escenas dramáticas nos representaban otras familias de hojalateros que llegaban al pueblo con una borrica flaca o en otros casos con un carricoche tirado por ellos mismos, con unas pocas baratijas y unas pocas de herramientas, para componer paraguas y arreglar vajillas viejas; estos solían asentarse debajo del puente o a las orillas de los árboles de la Guareña, cercanos a algún caseto de las eras. Hospedajes similares a los del cine. Los hijos estaban mal vestidos y con pies desnudos dando la imagen pura y dura de la humillación. No se si mi instinto humano me ha hecho soñar o es que realmente ocurrió que a una de estas familias le murió una niña, por falta de asistencia, de higiene, de hambre y tocaron las campañas entristeciendo al pueblo con ese tañido, que se distinguía de las fiestas cuando repicaban en muestra de alegría, o en las señales de otros actos como el de las misas, en el toque de la oración, o el rosario de las flores y hasta en el toque del aviso de los fuegos. E incluso se nos pasa por la mente que algunos de los mozos se metían con las mujeres de estas lastimosas familias, y a las que eran componentes del cine en las funciones les interrumpían tirándoles la pantalla, donde reflejaba la imagen de la película, que no dejaba de ser un trapo blanco; sin medir el daño que su actitud estúpida, provocaba en el ser humano. Estos mozos creo (no dejaban de ser una excepción) iban de listos por la vida, con actitud chulesca de complejo de superioridad, como matones de barrio.

Pero como decimos esto era una excepción, porque recuerdo haber oído contar que a una de estas familias, emigrante de la supervivencia, llamados húngaros o gitanos chatarreros, durante la estancia en el pueblo les nació una niña y fue bautizada en la iglesia parroquial y apadrinada por mozo y moza de los apellidos más opulentos del pueblo.

Nuestro pueblo era muy amante del trabajo corporal para sobrevivir; pero al no haber puestos de trabajo varias personas tuvieron que dedicarse a la mendicidad extendidos por toda la comarca. Se recuerda que Pipí (el de Agripino), Neño (el de Felicisima), Lolo (el de Justa “la cuerna”)..., para conmover a las personas hacían de cojo, manco y ciego con lo que conseguían limosnas; pero la ignorancia les descubrió cuando en las paredes de la iglesia del pueblo de la Orbada, después de limosnear, se pusieron a jugar a la pelota y el cojo corría, el manco le daba a la bola con las dos manos y el ciego veía. Parecía un milagro, que Ambrosio “pata palo” lo denominó como una traición al amparo de la miseria y el hambre; puesto que a él en varios pueblos dejaron de darle limosna por estar enterados del suceso de la Orbada. La ignorancia de la nobleza humana hacía todo esto.

El Tío Nines y su esposa “la mariposa” con los poemas que él componía como coplas, marchando por los pueblos cantándolos a dúo sacando para el sostento de sus vidas. Otros matrimonios venían a este pueblo desde la ciudad de Toro, unas veces juntos y otras veces solos, como eran el Tío Juanillo y La Pajillas, Antonio y Lucia; cantaban algunas coplas y vendiendo aguares para los hogares, cazuelas y pucheros que aún hoy perduran. Se recuerda entre los mayores del lugar lo que contestaba la Pajillas cuando se le sugería que si no tenia miedo el andar por los caminos sola y de noche con su burro que era el medio de transporte que usaba para sus desplazamientos; “ella contestaba”. Yo no tengo miedo, porque si sale un lobo le hecho el burro y si sale un hombre me hecho yo. E igualmente venían de otros lugares con coplas similares de sensibilidad humana para impulsar a comprar el escrito. Se recuerda en el pueblo una canción que caló en las personas, era cuando se miraba la decencia de la honra, que hoy se llama sexo y comenzaba así:

En la provincia de Murcia
este caso sucedió,
con una honrada joven
en defensa de su honor...

No hace falta irse a tiempos tan lejanos, para comprender que estos espectadores escuchaban estas coplas dramáticas, hasta con lágrimas en los ojos.

En estas épocas tanto en nuestro pueblo como en el resto nacional se pasaban tragos muy difíciles, pero en Villabuena teníamos una ventaja y era que en primavera verano y otoño en esta zona del sur del Duero (antigua Valdeguareña) existían muchísimas viñas, albilleras, malvasía, moscatel, verdeja... y arbolado de toda la clase de frutales, ciruelas, cermeños, albaricoques, melocotones, etc. -frutas que tenían la fama de Toro- y las personas más audaces o con más necesidad burlaban a los guardas de la ciudal del antiguo alfoz, como Guareño, Cartabón, etc., y podían saciar esa necesidad del hambre, y en el comienzo de estas estaciones se venía pensando todo ese tiempo invernal y parte del otoño:

Que por mayo era por mayo
cuando hace el calor
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la cigarra
y responde el ruiseñor.

Estas fechas eran para nuestro pueblo como el maná caído del cielo; otros pueblos no poseían esta predilección de pasar mucho calor y trabajo, pero no pasarse tanta hambre.

El verano era durísimo por la recogida de las cosechas, la siega, el acarreo, la trilla, el guardar el grano como la hormiga, pasando sobresaltos de tristeza, cuando sentíamos esas campañas anunciar el peligro de un incendio en las eras donde todo el trabajo de un año podía quedar reducido a cenizas, accidentes de caídas de carros cargados con mieses, cortadas de hoces... Se recuerda que un criado que tenía el señor Eugenio Amigo, cargando un carro con mieses en compañía del hijo del amo Aurelio, cuando estaban en una tierra que era ladera, el gañán (criado) se encontraba arriba colocando los haces y el carro volcó, con tan mala fortuna que el gañán fue atravesado con un el estacón por su cabeza, el pobre chaval debió de fallecer casi en el acto. Lo llamábamos “el coco de la patata” por ser algo colorado o rubio, era natural de Villaverde un pueblecito cercano a Medina del Campo.

Pero también había otras facetas de alegría y solidaridad en la zona de eras, donde mi padre trillaba lo hacia Nati Muñoz “el platerín” que junto a su hijo Justo cantaban pasodobles en el silencio de la tarde, cuando te adormecía el ruido moroso del trillo, que acompañaban con música de tambor redoblando con la vara de la tralla sobre las tablas de la máquina trilladora, que armonizaban a las mil maravillas. Llovía, había que recoger la parva, barrer el solar, tornar las mieses, meter el grano, y hasta para cazar pájaros con las pajareras (a las que acudían a refugiarse a la sombra del tórrido sol en las mederas de las mieses, carros, casetos, árboles, etc., donde la trampa consistía en tapar el artefacto con la tierra, poner un trocito de pan en el gancho y cuando el gorrión lo picaba para comerlo o llevárselo a sus hijos al nido para criarlos, saltaba el gancho, quedando el pájaro atrapado en él) nos uníamos en acto solidario como una piña. En otras zonas del pueblo sucedía lo mismo. ¡Qué gozo daba todo esto!, hoy que la vida ha cambiado tanto y algunas veces nos vemos ya mayores, lo recordamos con alto grado de nostalgia y añoranza por la deshumanización que hoy creemos existe. Aunque se dice que rigen los derechos humanos, pero también nos abre -hoy- una herida el reconocer el derecho de protección a la defensa de los animales, que nosotros desconocíamos por seguir esas costumbres rotas por la tradición.

Un recuerdo se me ha venido a la mente sobre el sonido moroso del trillo y es sobre el señor Benigno “el chinarro”, que recordamos trillaba al lado de las pozas primeras; su hijo Sines había empezado a trillar con la yunta en la parva de trigo, después de la siesta y ese sonido del trillo le adormecía, la yunta caminaba mansamente siempre por la misma rodera, lo cual hacía que sólo se trillara esa parte de la parva y el centro de la misma estaba como cuando se extendió de la medera. Viendo esto su padre paró la yunta y se fue derecho a Sines y le dijo: “Sines hijo, dale a las mulas por el medio que también es nuestro”

Como no dejamos por recordar cuando de chavales marchábamos a ganar la soldada de rapaces a la siega y el agua para beber se la servíamos a nuestros compañeros de cuadrilla, en cántaros o botijos y por no gastar este suministro, si nos daba sed por el camino bebíamos agua de bruces; queremos que no se confunda esta expresión como si fuera agua de alguna marca comercial, como Solares, Fontvella, Fuensanta, Lanjarón... simplemente era agua de las fuentes naturales del campo a especie de charcas y por la postura que adatábamos para beber la llamábamos así, con el máximo cuidado de no coger alguna sanguijuela. Cuando nos quedábamos a dormir en el campo, era mucho el miedo que pasábamos cuando retornábamos con el suministro para los compañeros, con la cena; se tenía miedo a perderte por el camino que en algunos casos malamente conocías y se incrementaba aún más cuando en tu camino en la burra, se te cruzaban animales como el búho, la lechuza, el raposo, la ardilla, la nutria... Esto nos hacía picar a la burra con el pico de la vara para que caminara más de prisa y llegar antes al lugar destinado; y aguantando estos desajuste sociológicos aún nos sacaban versos satíricos, como aquel que decía:

Segaba el mozuelo
y ataba,
y a cada manadita
descansaba.

No obstante, las mozuelas también sabían reconocer sus inconvenientes en el calor de la siega castellana cuando decían:

Blanca era yo
cuando entré en la siega,
me dio el sol,
y ya soy morena.

Cuando fuimos siendo ya mocitos, las cosas seguían lentas en el progreso, pero fueron mejorando y con Eustaquio Hernández, herreros y carpinteros crearon algún puesto de trabajo, como ya hemos citado, Rodrigo Gómez, Fede (del Pego) “contachinas” mujeres para hacer queso.. y algunos días festivos nos divertíamos en el baile de la pradera o en la plaza del Potro y hasta en el salón de “el malagueño” con la banda de música dirigida por el señor Santiago Ramos, con Ángel Martín, Segundo Martín, Super... que habían sustituido aquella otra formada por Javaresto, Manuel Gil y el bombo lo tocaba el tío Nene... E incluso algunas noches podíamos ir a la fiesta de títeres que se celebraba en el tiempo alto, en la puerta de la iglesia o la puerta de la posada de Eugenia y que aquel personaje llamado Ramplin tanto nos hacia reír con cosas que nos parecían verosímiles en la acrobacia.

La época de las vendimias no eran fechas de padecer mucha hambre. Pues entraba dentro del periodo del calor como era otoño, existían los productos de la huerta para componer un pisto que las madres echaban de merienda en la fardela, estaban permanentes los melocotones, almendras, nueces... y las propias uvas que nos redimían de la necesidad. Este era un tiempo en el que hasta reinaba la alegría y diversión con el regocijo de las lagaradas entre chicas y chicos de la misma cuadrilla de vendimiadores o incluso contrarias, de unos amos u otros; y cuando se retornaba en las tardes al pueblo con los carros cargados de cestos llenos de uvas y el personal encima, las chicas cantando aquellas canciones tan populares que decían así:

Venimos de vendimiar,
con muchísima alegría,
y el mulero que traemos
tiene mucha fantasía...

Venían las matanzas que solían ser actos y reuniones tradicionales de familiares a grandes amistades, cuando se consumían los chaguarzos y ajunjeras recogidas en otoño para surtir los ejercicios de estas fechas, normalmente frías, donde salían a relucir picardías, travesuras y retozos de muchachos sin la mínima maldad; como eran tirar cacharros en las casas de los vecinos del lugar, quitar los plomos de la luz en la entrada de viviendas, tocar la aldaba para llamar en las casas, etc., etc. Cuando las mozas retornaban al lugar de reunión de la matanza, después de realizar estos hechos citados, las personas mayores les solían decir: “la moza buena en casa está y en la calle suena”,. Ciertamente los chicos éramos machistas, pero machistas en el sentido bien definido, de que el macho busca a la hembra; pues las mujeres eran nuestra debilidad. Y además sabíamos reconocer la composición poética que decía “ni tu eres mujer moderna, ni quiero que lo aparentes; que yo te prefiero antigua y oliendo a mujer decente”. Las rencillas y enemistades primordiales que existían entre la juventud, eran por las chicas o los chicos.

Durante la época invernal, donde no sólo se pasaba hambre, si no también frío, los hombres solían pasar los días distraídos en la fraguas y talleres entrando en las comidillas de las críticas de los buenos o malos profesionales. Como lo hacían las mujeres en las solanas, en las pozas o en la Guareña. Por ejemplo se mencionaba lo bien que cantaba Narciso “el tarugo” el bingo, en los cartones de la lotería los domingos por la tarde en el potro; o los resultados de otros juegos, que venían de atrás, donde se jugaba en la puerta de la iglesia al lado de la panera del señor Antonio Amigo, como era el juego de pares y nones, que consistía en tirar bolas de hierro y meterlas en un hoyo que se hacía en el suelo a forma de guitarra y los espectadores hacían sus apuestas, y otros como el juego a las canicas, el castro, etc. También se recordaban a los buenos podadores de viñas, como eran Plesciliano Jiménez, Carlos Lorenzo, Manolo Manzanera... Y en todo esto se metía a las buenas cosechas de vino y de esto sabía o tenía actitud en la calidad Ángel Hernández (Pilo), como también se comentaban los buenos jugadores de cartas como Benjamín “el relojero”, Plasentino Lorenzo, Eutiquiano Hernández, Pablo Amigo, Fructuoso Hernández, Cesar Amigo, entre otros.

Se cuenta un caso anecdótico de César Amigo. Por cercanías de la fiesta de San Antón, fue a casa de Ambrosio Santos (pata palo) para que le sacara una relación, con el objeto de lucir una buena yegua que tenía el señor Antonio Amigo y Josefa Moyano -padres de César-. De César se sabía que no era muy adicto al trabajo del campo ya que venía de una potentosa familia que habitaba en la zona privilegiada del barrio de las peñicas. Ambrosio vivía en el barrio más marginado del pueblo, el teso, en una humilde vivienda, dando la impresión de ser una guarida –a ras de tierra- donde habitaron aquellas primitivas tribus de bastetanos, tartessos, vetones, lusitanos... Para poner en claro este asunto solo hace falta recordar, aquella frase tan famosa que se extendió en el pueblo, de los hijos mayores del matrimonio “patapalo”, Marina y Deo, cuando la hermana le dijo al hermano “agárrate Deo, que vuelven”. En esta vivienda se presentó el opulento César Amigo Moyano y Ambrosio le mandó sentar, pero ¿dónde?. Cesar se excuso diciendo “no, si sólo vengo a ver si me puedes sacar una relación para el día de San Antón”. Ambrosio le dijo, que bueno, pero que le dijera sobre que quería que se basará el tema. César le dijo “de mis cosas, así que ya te puedes hacer una idea”. Ambrosio le dijo “bueno, pues entonces pasas por aquí dentro de unos idas para ver como va el tema y al mismo tiempo ensayas”. Pasados unos días visitó César la casa de Ambrosio y este le dijo “ya te tengo algo redactado”. César se frotaba las manos al ver que podía conseguir su idea de poder seducir y persuardir a las chicas. Ambrosio comenzó relatándole la poesía la cual comenzaba así:

Buenos días San Antón:
de los mozos de este pueblo,
soy el más trabajador,
para los juegos y los vicios
pero no para el azadón.

Al escuchar esto el buen César saltó como un resorte diciendo “¡no, hombre no; así no!” Y Ambrosio muy serio le contestó con su voz un tanto gangosa “¡cómo tú me dijiste que de tus cosas, esto es lo que mejor encaja en el tema!”.

También se comentaba en estos puntos antes citados, que en la plaza del Potro se jugaba a la tirisa, -Regentado por Teodoro (El Rojo) a los bolos, a los chitos (calvas)... Este último ciertamente era de calidad, porque tanto individualmente como en equipo, han ganado premios provinciales. Yo puedo asegurar que siempre que visito mi pueblo veo cantidad de trofeos y diplomas de esta especialidad ya que tengo un cuñado practicante de este deporte, Néstor Martín Carrasco, galardonado en varias ocasiones y publicado en la prensa provincial y comunal. Parece que este don de las calvas, era hereditario y que su padre del mismo nombre, también lo hacía muy bien.

Por estas fechas también se comentaba en estos sitios otros deportes, como era el del pedal ya que existía una gran afición al ciclismo. Pues no se puede olvidar que Federico Martín Bahamonte “el águila de Toledo”, en el 1.959 había conseguido ganar el primer Tour de Francia para España y esto había calado en todo el ámbito nacional. En Villabuena había dos mozalbetes que daban la impresión de poder algún día hacer una proeza como la de Federico. Estos eran Chelino, hijo del señor Marcelino Cuesta y Upi (el de Palmacio), pero como siempre, pudo ser la parte económica y no la humana la que les hizo quedar solo con la ilusión.

Siempre ha habido grandes profesionales en cualquier actividad realizada en el pueblo, porque han demostrado aprecio a sus profesiones y sacrificio por el trabajo corporal. Intelectual y culturalmente tal vez no hayan estado al nivel que les correspondía, pero consideramos que no por falta de cualidades y sí por falta de medios y tiempo que no se podía robar del trabajo; solo nos debemos de dar cuenta de los reveceros, rapaces de la siega, los niños labradores, etc. Siempre se han sentido a gusto en sus profesiones, como en el sacrificio a los buenos cazadores que existían en el pueblo, con galgos y escopeta. Con galgos fue distinguida y galardonada una galga de José de la Iglesia llamada “Aiga”, y escopetistas que le daban lecciones a los famosos cazadores vascos que iban a la cacería por nuestro término, o sea, por el de Toro, que los acompañaba Manolo Feo, Serapio Rodríguez, Basílico Seco, etc.

Una prueba cualitativa y cuantitativa de la capacidad intelectual que podía haber en Villabuena, si se hubiera cultivado, es la gran afición que ha habido al teatro, la poesía, el cante, literatura, y hasta en lo humorístico. Prueba evidente es que cuando comenzó a existir la televisión, recuerdo que como era de noche íbamos todos al Café Español y más tarde al bar de Pito (Agapito Manso) que eran los únicos que tenían televisión –en blanco y negro- a ver aquellas series que nos ponían, como “Los cipreses creen en Dios” o “Ironside” entre otras. Y hubo grandes aficionados en el pueblo que representaron obras de teatro de grandes autores alcanzando buenos éxitos con obras como “El mejor alcalde del rey”, “Tierra baja”, “Don Juan Tenorio”, “El bandido de la sierra”, “La vida es sueño”, “El alcalde de Zalamea”, “El cerco de Zamora”... entre otras.

Se acudía, según posibilidades, a los espectáculos teatrales que compañías de este genero de profesionales llegaban a poner en escena, con obras como “El correo del zar”, “El conde de Montecristo”, “Marianela”, “Juan José”, “La Papirusa”, “Fuenteovejuna”, “La mujer X”, “La malquerida”, “Los intereses creados”, “El burlador de Sevilla”, etc., etc. De autores tan famosos como Jacinto Benavente, Lópe de Vega, Calderón de la Barca, Benito Pérez Galdós, Clarín , Zorrilla, Tirso de Molina, Alejandro Dumas... Estos espectáculos se representaban en su mayoría en el salón de “el malagueño”. La compañía que tal vez más obras representaba era una llamada “Los más vivos”, que descendían de Venialbo y que tenían vínculos familiares en Villabuena. También asistían de otros pueblos limítrofes a representar obras de teatro, como de Bóveda de Toro, jóvenes aficionados, como un mozo bien plantado que hacía de galán, llamado Marchena. Otra compañía que visitó mucho nuestro pueblo y obtuvo grandes éxitos, estaba dirigida por Don Gonzalo Durán, y siempre hacia él papel de primer protagonista. Se dijo de él que por ideas políticas no se le dejó ejercer en teatros de primera clase.

Recuerdo en la obra de Juan José, donde Gonzalo Durán hacia de protagonista en el papel de un parado que buscaba empleo en dehesas, caseríos, cortijos... para mantenerse él, sus hijos y su esposa, al tiempo que a ésta no quería dejarla caer en la deshonra, y los dueños le decían “espera, espera a que los días sean grandes”. Gonzalo Durán con su oratoria fácil y expresión clara decía: “¡espera!, como si al hambre se le pudiera decir espera, espera a que lleguen los días grandes para darle de comer a tu alma y a tus hijos.” Aunque ha cambiado el problema laboral, económico y social, cuando veo o leo esas estadísticas de parados, recuerdo a Gonzalo Durán y a mis compañeros del pueblo.

Es de recordar, como simple anécdota, que en los entre actos de estas comedias, se solían subastar algunos objetos como turrón, botellas de bebida, etc. Comenzaba la subasta a lo mejor con cincuenta céntimos. Antonio Amigo una vez pujó con medio duro, que deberían ser dos pesetas con cincuenta céntimos. Al no subir nadie la subasta, le fue atorgada a Antonio y cuando fue a pagar le entregó al componente de la compañía la mitad de cinco pesetas, o sea la mitad de un billete de cinco pesetas, era la mitad de un duro que había encontrado. El empleado protestó y el director del teatro dijo que era válido porque el señor había pujado con medio duro.

Gonzalo Duran, en todas las representaciones nos obsequiaba con su delicioso y amplio recurso poético. Recuerdo muchos poemas, aunque solo haga constar el comienzo de ellos, como:

“El ama” de José María Gabriel y Galán:

Yo aprendí en el hogar
en que se fundó
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era,
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra.

“El dos de mayo” de Rosalía de Castro:

Oigo patria tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman tocado a muerto,
la campana y el cañón.

“Desesperación” atribuida a Espronceda:

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrisimos bramar,

Me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas
y solo las centellas
la tierra iluminar.

“Andresillo” de Roxlo Carlos:

¡La libertad!, ¡el pueblo!, iba gritando
por calles y plazas,
cuando los jardines se visten de heliotropos,
de azules lirios y de rosas pálidas.

Y otras que mi memoria debe haber hecho cesión en el olvido de mi juventud, otras quedaron grabadas en la mente de otras muchas personas en el pueblo y que después hemos recitado en reuniones de amigos en las bodegas. Esto pasó con el gran poema de “El rastro” que Justo Gil, al ser vecino del “el malagueño” y al que le prestaba servicios, entraba todas las noches a las actuaciones e incluso por el día en los ensayos y de tanto oírlo decir a Gonzalo Duran la aprendió, y después él lo recitaba como un auténtico profesional. Comenzaba así:

Si no tiene ná que hacer
y quiere pasar el rato,
acompáñenme señores
a dar una vuelta al rastro.

Verán cosas muy curiosas
y creo se divertirán,
vamos a ver que pasa,
aquí por la maldoná.

Vamos a tomar un vaso
en la primera taberna,
que para pasar al rastro
hay que quitarse las penas.

Ya estamos en él señores,
¿no oyen qué de voces dan?
Escuchemos los pregones,
hay ideales...

Otra de las personas que aprendió una maravillosa poesía titulada “Un duro al año”, fue Leopoldo Muñoz, que con su inteligencia hábil, la copiaba en un papel cada vez que la escuchaba, hasta que pudo recopilar todo el contenido total y él con su voz pausada al ritmo de sus gestos lentos, bordaba la actuación. Comenzaba así:

Monte arriba cara al viento,
buscando reposo y calma
iba yo de muy contento
dándole descanso al alma,

y cuando a lo alto llegué
al dar la vuelta a la cima,
un rebaño me encontré
que se me venía encima.

Recuerdo con gran nostalgia, que gracias a la colaboración de Leopoldo Muñoz (Poldín) pude yo aprender de ese gran artista (Gonzalo Durán) un fragmento de una obra de teatro que ellos representaban, titulada “Un alto en el camino”. Comenzaba así:

Tú no la conoces.
No; es artista y cordobesa
con andares de gitana,
mira como una princesa
y habla como una sultana.
Si la vieras...

Por estas fechas se despertó una gran afición por la poesía, entre los más destacados recuerdo a Felix Diez “el raballo” que recitaba “La nacencia” y que mirando al cielo así decía:

Bruño los recios nubarrones pardos,
la luz del sol se agachó en su cerro,
y las altas cogollas de los árboles
de un color de naranja se tiñeron.

Jaime Gómez recitaba y se expresaba muy bien en magnificas poesías como “El embargo” de José María Gabriel y Galán, que decía así:

Señor jues, pase usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le de a usté ansia
no le dé a usté mieo...

Si venis anteyel a fligila,
sos tumbo a la puerta
¡pero ya se ha muerto!
Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero...

Otras como “Del viejo el consejo” que decía así:

Deja la charla Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el sol en el cielo...

Esta pueda que fuera una de las que más nostalgia sentimental despertaba en aquellos tiempos y máxime cuando en verdad, iba ligada a la vida de una moza de un pueblo talmente agrícola y ganadero, como el nuestro.

Estenislao González, un distinguido en este arte, que con su temperamento altivo recitaba rayando la perfección esa poesía, que él decía le enseñó un señor de Bóveda durante una campaña de trabajo, y que comenzaba así:

Salí, la puerta cerré
y con la mirada incierta
volviendo a cerrar la puerta,
falto de valor lloré.

Lloré, porque allí dejaba
mis ilusiones, mi vida,
la mujer que yo adoraba,
la mujer que yo quería.

Recuerdo que para representar esta actuación solía situarse cerca de una puerta -si la había- para darle más realce al tema. “El embargo” era otro poema para él preferido. Otra persona de las que yo recuerdo destacadas en este arte era Ambrosio Santos (pata palo) con su voz bronca, agangosada y dura recitaba “El bulto del negro capuz”, recordando a los comuneros de Villalar: Padilla, Bravo y Maldonado entre otros. Decía así:

El sol occidente su luz ocultaba,
de nubes el cielo cubierto se veía,
furioso en los pinos el viento bramaba,
rugiendo agitado Pisuerga corría...

Pero recuerdo que cuando más garra le echaba al tema era en los versos donde decía:

Padilla el valiente, cayó en Villalar.
Nosotros Alfonso, también moriremos;
también nuestra sangre, vertida será.

Hay que recordar que también buscaba su base en esta poesía, en su buen amigo Alfonso Vázquez “el mono”, para enfocar esta expresión en su nombre.

En el arte del cante, sin tener por profesión este oficio, hubo cantarines aficionados extraordinarios. Poco recuerdo haber escuchado a Atanasio García “el piyayo” que imitaba muy bien a Juanito Valderrama. Su canción preferida era “El emigrante” y él con ese cante alegre que tienen los pastores, hacia detener a las gentes en los campos para escuchar el eco de su voz entre colinas, llanadas, valles o montañas, a veces acompañado por el balido del cordero. Y también se recuerda de él cuando recitaba aquel poema para la introducción de el mismo que decía:

Madre, ha muerto “el piyayo”,
aquel gitano reviejo,
de pelo blanco y rizao
como vellón de cordero.

De aquí le quedó el apodo amable de “el piyayo” y por éste es mas conocido que por su propio nombre.

José Aparición (Pepe) imitaba a “Pepe Pinto” y Rafael Farinas; del primero su copla preferida ara “La noche de reyes”, y del segundo “Vino amargo” o “Las campanas de Linares”. Atilano González “el nene” hacía espléndida la imitación de Antonio Molina con todas sus canciones, pero en especial con “Soy minero”. En este cante de Molina sobresalió Upi el de palmacio que intervino en varios concursos de radio con la copla “El Agua del avellano” también Teo (el de Críspulo) con “El macetero” (otro hijo de éste Sr, Crispula) llamado Tomas, más tarde se destacó con cualquier canción flamenca, pero yo le recuerdo “La salvadora”).. Y como no recordar a Justo Gil “el carrucho” que con su voz rayando la perfección y con su estampa de hombre bien plantado, como era Pepe Blanco, le imitaba a las mil maravillas. Su copla preferida era “Al pie de la fragua”, que en homenaje a la excelente persona que fue Justo Gil, la redactamos íntegramente a su recuerdo.

Al pié de la fragua de la herrería
haciendo los hierros al rojo volver,
dichoso entre coplas pasaba la vida
Frasquito “el gitano” soñando un querer.

Querer que muy poco después maldecía
porque a la que quiso, de su vera huyó
y pronto a la fragua volvió arrepentida
y el pobre gitano así le cantó:

Como fundo las campanas
voy a fundir tu querer,
para olvidar que te he querido
y dejar de padecer...

El tiempo pasaba y no conseguía
fundir el recuerdo de aquel mal querer,
y cuando sus brazos los hierros torcía
veía la estampa de aquella mujer.

Prima de mi alma, porque de mi vera
te fuiste siguiendo a quien te engañó;
vete a correr mundo, que
yo aunque me muera
ya no puedo quererte, y así le cantó:

A buscar a la puerta de la fragua,
no me vengas a buscar,
vivo a solas con la pena
de no poderte olvidar
carita de Macarena.

No nos podemos olvidar, porque no somos machistas, de las mujeres que en este arte de la canción jugaron un papel, tal vez mucho más importante que los hombres; ya que Chon Martín Polo fue un primor en aquella época interpretando “La violetera”; prueba evidente es que vivió y creemos sigue viviendo de esta profesión, triunfando en toda España a un alto nivel, con su nombre artístico “Eva”. Paquita González García, cantando la copla española consiguió ganar concursos en radio; su nombre artístico era “Paki”; imitaba excelentemente bien a todas las tonadilleras de la época y muy en especial a La paquera de Jerez. No llegó tan alto como Eva, pero tal vez fue la mala suerte, ya que su calidad era indiscutible.

En el arte literario, recordamos haber oído comentar sobre uno de los hijos del señor Germán “el mamón”, llamado Eliodoro, que debió de escribir un trabajo literario completo, dedicado a la guerra civil española y que por motivos discriminatorios o racistas y en especial económicos, no debió de poderse publicar a su nombre. Este hombre también tenia sus cualidades en el arte de la pintura, dejando sentada su clase en lienzos de colorido local, que aún perduran.

Más tarde desde la ciudad en la que reside, Domiciono Seco Bayón en el año 1.985, narró, escribió y expuso los acontecimientos pasados de este su pueblo natal, en un libro que caligrafió con su modo de escribir en forma de hermosa letra. Y a continuación ha cartografiado un mapa callejero del lugar que le vio nacer, sobre el casco urbano, con el itinerario de escala gráfica, que se exhibe en la casa consistorial de la localidad. Al recordar a este buen amigo, paisano y además quinto, se me representan dos noticias que de él recibí. Una fue la muerte de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” el 28 de agosto del 1.947, ya que como se graba hoy en el ordenador -informático- recuerdo que así quedó grabado en mi mente cuando “Domi” me dio la noticia mientras yo oía aquella canción de “Las mañanitas”, que escuchaba todas las mañanas al levantarme ya que la trasmitían por radio y tenía la suerte de que mi padre había comprado un aparato de estos a Cadenato de Toro y lo escuchaba medio dormido después de haber abandonado el escaño que me servía de lecho y el jergón de espadañas, colocándome las abarcas para marchar al campo.

El desastre de la rotura de la presa de Ribadelago la mañana del día 9 de enero de 1.959, día muy frío por cierto, fue la otra noticia. Nos relacionábamos muy bien con esta familia por ser vecinos de era y casi de vivienda.

Gracia y admiración sentíamos hacia las ideas creativas de Francisco Manzanera “Francisquito”. Cuando íbamos al pueblo los de fuera y le saludábamos diciéndole: “¿Qué tal señor Francisco?”, él respondía: “bien, aquí estamos; vivimos de milagro, pero vivimos”. Parecían contestaciones fuera de lugar, pero te parabas a analizarlas y veías que era contestar a la verdad pura y dura. Una de las veces que visité mi pueblo, ya no pude preguntarle al señor Francisco porque “se había acabado el milagro”. Este hombre tenía unas facultades para formar ideas de algo positivo, sobre la realidad por medio de su inteligencia, que descontrolaba mucho al público. Que él las cumpliera o no, eso era otra cosa. Cuando comentábamos algo sobra la situación laboral, él siempre decía: “el trabajo sólo se ha hecho para los burros, las personas inteligentes no trabajan” (refiriéndose al trabajo corporal).

Siempre predicaba que las riberas del Guareña deberían de sembrarse de seda y manila, respetándose y cuidándose algunos espacios para el ocio en la temporada estival, en las zonas cercanas a la población, en las proximidades del famoso puente de piedra. En el arenal y sus caminos plantar higueras en vez de espinos, para que los niños comieran y no se pincharan con los pinchos del espino. La montaña de la peña ponerla de pinos, para que produjese madera y piñones, con pasto para el ganado. Sólo esto último se ha cumplido y solo el valor de la belleza que le da a la zona ya es positivo, con sombra en verano y refugio del frío en el invierno. “Los del barrio del teso son poco inteligentes (decía), en vez de criar perros a los que tienen que dar pan para mantenerlos y ellos lo necesitan para comer, que críen ovejas que si que le mantienen a ellos, dándole lana, carne y leche, y no comen más que hierba que ellas mismas cogen de los lindones de los caminos”. Otra gran idea de este señor era que, las frutas de todo el Valdeguareña no se debían de vender, sino hacer una fábrica de conservas -estilo cooperativa- en la zona y después exportarlas al exterior, con lo que se sacaría más productividad y se crearían puestos de trabajo. Era frecuente escucharle frases como que “el mejor libro para aprender a luchar y vivir dentro de la sociedad es irse uno mismo abriendo paso por las sendas de nuestra propia vida; no tanto para actualizarse y huir del analfabetismo o corregir la ortografía, ya que eso se puede aprender leyendo el periódico”. Él decía que lo había empezado a hacer cuando estuvo en la guerra de África.

Coincidimos en una ocasión en la ciudad de Toro, para cumplir rigurosamente con lo establecido por el estado, de entregar el cupo del trigo en almacenes o silos, llamado “Servicio Nacional del Trigo”. Como casi siempre las de perder siempre las llevaban el mediano y pequeño campesino; pues a criterio de los empleados del estado, se descontaba por la calidad del grano un tanto por ciento en kilo, y aún no siendo cierto siempre tenía mejor calidad el de los grandes terratenientes que el de los medianos y pequeños campesinos. Francisquito ese día iba acompañado por Pepín Arribas, que estaba de gañan en su casa, y yo iba acompañando a mi padre. Al tiempo de hacerle el descuento al señor Francisco, éste hizo el comentario siguiente: “Yo siempre he dicho que los bandidos, Luis Candelas, José María “el tempranillo”, Luis Bargas... salían a robar a los caminos, pero que no tardando mucho algunos harían despachos con estufas, para que los ciudadanos honrados tuviéramos que ir allí a que nos robaran; ¡y mirar, ese día ya ha llegado!”.

Una pareja de la guardia civil que se encontraba cerca oyó el comentario y le detuvo para interrogarlo, pero Francisquito, como siempre inteligente, les dijo que él había hecho tal comentario porque se lo había indicado la chavala por el camino que le iban a robar. La guardia civil le decía que le presentara a esa chavala, él les dijo que la chavala era una mula de la yunta que formaba el carro con el que se había desplazado desde Villabuena a Toro. Como no había más pruebas y a los que nos preguntaron dijimos que era cierto, que el dijo que se lo había anunciado la chavala y cierto era que la mula se llamaba chavala, salió absuelto. Entre muchas de las personas que por allí nos encontrábamos, se suscitó el comentario de si Francisquito llevaba razón o no. Al percatarse él de estos comentarios dijo: “yo no quiero se pendenciero pero hago una pregunta ¿alguno de los presentes se atreve a decir que se ha hecho rico trabajando honradamente?”. La respuesta fue un silencio sepulcral, y el caso quedó zanjado.

Unas frases o quizá de las últimas que yo le pude escuchar, me causó un gran impacto, tal vez porque tienden al bien humano y las injusticias sociales. Me dijo: “hoy el mundo va caminando por sendas confundidas; a las personas honradas y formales se les llama tontos, y a los sinvergüenzas, bribones y ruines se les llama listos”.

La verdad que para mi sus ideas eran admirables. Recuerdo que en una ocasión yo tanto lo defendía, que un amigo me dijo: “¿Por qué no te cuenta lo que el otro día le dijo a un pobre, que pedía limosna en su casa, argumentando que llevaba tres días sin comer?”. Pues Francisquito le había dicho: “pues no hagas bobadas con el estómago, que después vienen los problemas” y esta fue la limosna que le dio. No sé si seria cierto o no, nunca me atreví a preguntárselo.

No se nos olvida el humor creativo de ingenio chistoso que hermanaba la gracia y la ironía de Ángel Feo Seco “maruso” cuando hablábamos algo referente a las fuerzas armadas españolas; él decía: “pero si de armas solo tienen la escopeta mía y es de un cañón; y de barcos tienen la barca del señor Manuel “el carrucho”. Recuerdo que una vez se compró un motor de riego, que tal vez sería uno de los primeros para el regadío de las fincas del señor Fausto Manzanera y su madre Fernanda. Decía que era una cosa muy buena y que todos lo teníamos que tener en el pueblo; Ángel le contestó: “y usted para que lo quiere, para regar el portal”. Le decía su padre “este año tu tío Comino esta preñado con el pinar de la cuidad (en subasta)”, Ángel le contesto “pues si esta preñado, que dé a luz”.

Un día salió a cazar toda la familia; entre las piezas que capturaron llevaban un pájaro que lo llamábamos pito, en el reparto en la noche se debatía para quien era el pito y Ángel contestó “el pito es para mi madre ya que fue mi padre quien lo cazó, y el pito de mi padre tiene que ser para ella”.

Igualmente se recuerda el humor de las imitaciones de Ezcequías Rodríguez, con sus chistes con juicios morales y sociales, que le permitió desempeñar diferentes papeles en su vida y disfrutar con su forma de actuar. Lo que voy a redactar debió de ser cierto -nadie sabe donde lo habría oído-. Fue un día Ezcequias a Zamora capital; Emilio Rubio (hijo del médico del pueblo) se encontraba en la ciudad. En el pueblo no había teléfono y Ezcequias al llegar a la capital, llamó a su amigo por teléfono y Emilio contestó diciendo lo normal, o sea “dígame”. Ezcequias le contestó diciendo “me”. Y así se preguntaban y contestaban respectivamente, hasta que Emilio cansado colgó.

Él nos contaba en aquellos años, chistes que hoy están en la actualidad, como el de ir a pescar con un despertador: “Cuando suena el despertador para dar la hora señalada, el pez sale del agua al escuchar el sonido extraño, entonces tú le echas mano y a la cesta”. O el de pescar ranas con gorra visera: “Estás a la orilla de la charca y te das la vuelta a la visera, las ranas creen que te vas, entonces ellas salen, las coges y al morral”. Se recuerda que en una fiesta de San Roque compró una gorra visera y nos decía que era para cazar ranas y conejos: “vas a la ura (boca) dices terlenca, el conejo sale al oír la nueva palabra, lo coges y lo traes para casa” (era en la época en que salió el genero de terlenca). Contaríamos innumerables casos de unos y otros, como los de este buen amigo de Ezcequias, que era Emilio Rubio.

Otros chistes anecdóticos creativos de espontaneidad que se le oían al legendario veterinario Dº. Alejandro, cuando ya anciano pasaba por la puerta del Sr. Mario - que este vivía a lado del Sr. Saúl Gómez - este se encontraba herrando una de las mulas de su yunta de labranza; y para rebajar los cascos del animal lo hacia con unas tijeras de podar viñas. Al contemplar este acto el viejo veterinario le dijo: “Hola Mario. ¡Digo yo, que cuando vayas a ir a podar pasas por mi casa y te dejo el pujavante!”. Aún más anciano, uno de los días pasaba el rato en la fragua del Sr. Barrigón y cuando abandonó este lugar para retornar a su domicilio, tenía que subir unos pasos que poseía este local para salir a la calle. Entonces las personas que se encontraban allí, muy amablemente le ayudaban a subir los escalones, ya que él por sí solo no podía, cuando él se vio en el camino la bóveda - que así se llamaba la calle donde se encontraba ubicado el edificio - dijo: “¿Y que me digan a mí que tengo que subir al cielo ?”.

Hay otras anécdotas que se recuerdan en el pueblo y que no sirven como ejemplaridad o ilustración y que se intenten seguir. Se recuerda en una ocasión en que Arcadio Bayón intentó practicar el oficio de carpintero y construyó un carro para las tareas agrícolas de su propiedad, dentro de un local destinado a la guarda de paja para el ganado; como la puerta de este inmueble era normal y corriente, cuando el mozo terminó la obra tuvo que derribar el local para poder sacar el carro al servicio.

Recordamos por haberla oído contar, aunque ya estuviéramos en este mundo, la anécdota del “alcalde por un día”. Parece ser que Cecilio “el perucho” fue elegido alcalde, con lo que ocupaba un digno puesto dentro de la población; pero no le dió tiempo a divulgar la iniciación a su trabajo ya que en su discurso de investidura -llamémoslo así- prometía golosinas para los niños. Los niños no pudieron ver las promesas cumplidas de este alcalde, porque no duró ni un día completo. fue sustituido por la maestra Dª. Lidia.

No nos olvidamos del señor Secundino con su forma de exaltar (que nosotros llamábamos exagerar) cuando comentaba que iba a pagar la renta a los dueños de las fincas en Toro, cosa que hacía con trigo, y sugería que era una lástima que al abrir o desatar el costal o saco, en vez de salir trigo saliera un tigre que comiera a los dueños. Y que a veces le daban ganas de coger la tierra por la linde y darle con ella en la cabeza a los tal vez, solo llamados dueños.

El señor Antonio Carrasco “toscano” (el albañil), tenía sus ocurrencias; tal vez, siempre con el ánimo de disentir o discrepar en contra de los demás, pero con nobleza sana y ocurrencias inesperadas, dichos agudos u originales. Se recuerda que este buen hombre cuando veía que salían los camiones cargados de vino del pueblo con bocoyes o pellejos con destino a otros lugares, como Burgos, León, La Rioja, etc., él decía: “adiós camión cargado de palabras” y quienes estuvieran cerca de él le decían “no, si va cargado de vino”, y el jocosamente contestaba “pero cuando se beba ese vino ¿cuántas palabras hará decir?”. Su esposa se llamaba María Cristina y cuando salió aquella famosa canción de “María Cristina me quiere gobernar”, cuando sentía cantarla a alguien, echaba contra ellos y los mandaba callar porque se sentía ofendido entablando fuertes discusiones con ellos y hasta con su propia esposa cuando retornaba a casa, diciéndole que ella a él no le dominaba. El decía que era el espíritu de la contradicción; la gente en verano calza zapatillas yo, botas. En invierno ellos botas yo, zapatillas.

Tal vez por considerar el hecho de no dejarse dominar, es estas últimas décadas, la población se está convirtiendo en un excedente de mozos solteros. Otros reconocen con alegría sus defectos o cualidades, con gracia. Jesús Alonso Martín (Jesusín) hacía un comentario acerca del tema, en una merienda con los amigos, hace no mucho tiempo:

Yo nací en Villabuena cerca de las peñicas, por eso desde pequeño tengo tanto éxito con las chicas

Y con aire chungón cruzaba la mano y el brazo por el pecho, dándose a sí mismo una palmadita en la espalda.

No menos de recordar son otras anécdotas como la que sigue, que no por proceder de “tilín” es a caer más en gracia y a la risa que las otras anteriores. A Otilio “tilín”, hijo del matrimonio formado por Tiburcio y Gilda, recordamos oírle contar que su madre en una ocasión le compró una peseta de sardas, a la familia “maruso” (Ángel Feo Seco) que como sabemos, pescaban en el río Guareña. Parece que esta compra a la Sr. Gilda le pareció demasiado cara y cuando se encontraba guisando dichos peces en la sartén, al fuego de la lumbre en la cocina de su hogar, no dejaba de lamentarse lo caro que le habían costado estos peces, removiéndolos una y otra vez en la sartén con el tenedor al tiempo que dirigía la lamentación a su hijo, que se encontraba sentado al fuego de la lumbre y removiendo la misma con la tenaza, mientras insistía en las lamentaciones diciendo: “mira que esto costar una peseta”. La madre de “tilín” seguía reiteradamente diciendo “mira que esto costar una peseta”. Otilio, harto de escucharla, le contestó: “bueno, pues saque las sardas y ponga una peseta en la sartén, ¡a ver que cenamos esta noche!”.

Nuestro pueblo siempre fue bullicioso y divertido, si exceptuamos esos malditos años de la guerra y la posguerra; es más, el edificio o local destinado a calabozo o cárcel del pueblo para la custodia de delincuentes, no recuerdo haberlo visto nunca ocupado por ninguna persona del lugar; dudo si una vez Félix Rodríguez “el pollo” estuvo detenido por presunto robo de alguna fruta -ya ven ustedes que delito y a que se puede atribuir- que luego resultó no ser él, pero... cómo era “el pollo”, o algún otro de esa clase humilde, por similares causas... Recuerdo que este hombre me contó que una vez lo persiguió el guarda de Toro, Cartabón, porque le vio cogiendo almendras entes de echar el rebusco y venderlas para dar de comer pan a sus hijas, al ir corriendo dando la vuelta a una montaña (teso) vio a los hijos y criados de Ciriaco Crespo que estaban sembrando, debía ser trigo; “el pollo” sin contar con nadie cogió un sembrador hecho con un costal, que alguno de hijos o empleados habían dejado para seguir arando, y se puso a tirar simiente o mineral, seguidamente llegó el guarda preguntando que si no habían visto a “el pollo” y él mismo contestó “aquí esté “el pollo” ganando el jornal honradamente y no haciendo lo que ustedes creen, solo por el hecho de llamarme “el pollo”. Los hijos de Ciriaco callaron y “el pollo” se salvó.

A mí todo me llamaba la atención menos el colegio (la escuela). Fui hasta operador de cine, en ese que montó mi hermano Fructuoso y con enorme ilusión rodé la película “Tarde de toros” sin haberse estrenado en ningún cine de la provincia, mientras aquel señor de Salamanca llamado Mansilla me instruía. Hoy no, ya hace mucho tiempo, me llama mucho más la atención la lectura que los chismoteos contados.

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