HISTORIA VIVIDA
Entramos en los tiempos de los primeros recuerdos de mi niñez, de fantasía, llantos, risas y cultura, con mi adolescencia comenzando mi sentido de la responsabilidad y mi recuerdo sigue en las cosas humildes y humanas, que aún hoy me siguen oprimiendo el alma. Viendo como no era cumplida la protección de los derechos del hombre, en especial la alimentación, el trabajo, la vivienda, la salud y el bienestar. Pero las risas también resplandecieron, entre amigos que ya se fueron, otros perduran, tal vez recordando como yo aquel lugar, nuestro pueblo, que en épocas se le sembró la leyenda negra casi como zona maldita, como barrio marginado, poblado con gentes del hampa. Pero que hoy y siempre a nosotros nos ha parecido un gran paraíso, con sus vaguadas, valles, montes, colinas y su río que -dividía el núcleo- y daba la imagen de un Belén viviente. No solo recoge estas cualidades, si no a sus gentes de gran corazón hospitalario. Nosotros entendemos que quienes quieran sacar un análisis del estudio de estas raíces, en esta historia pueden comprabar la distinción de conocer sus principios, sobre esa leyenda negra del lugar. En Villabuena del Puente nos atrevemos a decir, que es probable que la ignorancia de algunos estúpidos demagogos han hecho más daño y crueldad que otras personas, que por tener dinero y poder se les tenía por malvados, en bastantes ocasiones.
Mi niñez fue creciendo en contra de los todavía abusos feudalistas de la ciudad de Toro, que aún querían seguir imponiendo, como lo demuestra la documentación de un recibo de recaudación, que aún después de ciento veinte años -aproximadamente- de la independencia de Villabuena no se cambiaron los talonarios con la inscripción del término municipal de Toro, teniendo que hacer constar el nombre de nuestro pueblo encima del de la gran ciudad en el año 1.953. Pero a pesar de que se pasaron muchos años duros, la población de Villabuena no se cruzó de brazos a pesar de los caudillismos de autoridad personal con los caciques locales algunos de ellos debido a la ignorancia.
No por ello le guardo el mínimo rencor a esta ciudad, ni me siento despectivo hacia ella, pues soy un visitador y admirador de la misma. Siempre que puedo complacer mis deseos la contemplo como una cosa honrosa y estimable, pues por algo ha sido declarada “conjunto monumental histórico-artístico” por orden ministerial de 5 de febrero de 1955, denominándose cuna de reyes y leyes como nos marca este libro y la propia historia de la muy noble, muy leal y muy antigua ciudad toresana; morada de nobles, asiento de judíos, moriscos de órdenes militares y religiosas. Yo considero que han pasado esos tiempos de la incomprensión en los cuales yo no pretendo caer con esa falta de instrucción elemental.
Por estas fechas apareció un grupo de hombres en el pueblo que impusieron su autoridad a su esfuerzo en el trabajo, aún teniendo que afrontar disparidad de opiniones, arrestándose a dar solución a las dudas de la propiedad de las tierras sin roturar del término de Toro y llevar esto a su cauce normal. Estos hombres avispados o avisados, decididos ciudadanos del lugar, comenzaron a roturar baldíos (campos perdidos) pues tenían que cultivar la tierra para poder sobrevivir, ellos y los suyos, con la intención primaria de descubrir sus verdaderos propietarios. Pero como hemos venido viendo desde las propiedades de reyes haciendo favores a sus vasallos y caballeros, presuras, donaciones..., nada o casi nada había legal, por lo que estos trabajadores de Villabuena, como fueron Julián de la Iglesia (hijo de Columbano, aquel descendiente de Sampedro de la Tarce que se dice que era hospiciano). Constantino Hernández, Braulio Hernández, Ángel Seco, Serapio Rodríguez, Narciso Rodríguez... Si en tales terrenos salían escritos que acreditaran su propiedad, estas gentes se los intentaban comprar o arrendar (si podían), y si no los volvían a dejar. Si resultaban ser ilegales (que casi todos lo eran) los seguían cultivando.
En la década de los setenta del presente siglo XX entre los ministerios de agricultura y hacienda se llevó a cabo una reestructuración catastral y a muchos de estos terrenos ilegales se les aplicó el pago de contribución a quienes labraban el terreno. Últimamente esta clase de tierras han- pasado a propiedad legal de los que desde años la venían cultivando como herencia de sus antepasados, en la concentración parcelaria efectuada recientemente. Hoy se reconoce ese casi siglo de trabajo fecundo como una idea hermosa y buena. Aún sabiendo que no fue reconocido así en su día, ese romance del labrador que decía. . . .
En tu mano está la tierra labrador,
y la fruta recogida.
Que bebió de tus sudores labrador,
que curtieron tus heridas.
Si te dicen que no es tuya labrador,
esa tierra agradecida.
Di que el campo es para todos labrador,
salvo de el que no lo cuida.
En verdad, se puede decir y atribuir, que con la acción de estos hombres se comenzó el verdadero camino del progreso en Villabuena, porque con el sudor con el que se regaban estos campos se descubrió ese falso gran poder de los terratenientes fraudulentos de la ciudad de Toro. Poniéndose en claro que los hombres y mujeres de Villabuena no contaban con esa imagen de parásitos que se había querido mostrar de ellos. Aunque cierto es que los trabajadores que ya habían trabajado fuera del alfoz, ya se les habían reconocido sus cualidades trabajadoras, hasta en Francia cuando habían acudido a las vendimias donde se les trataba con dignidad y respeto humano. Lo que sí quedó patentizado en toda la extensión territorial del alfoz toresano, fue ese refrán que decía: “De toro el vino, pero no el amigo”.
Como decimos, el tema de la roturación de fincas perdidas despertó disparidad de opiniones, y unido a las secuelas de la maldita guerra, trajo consigo enfrentamientos y reyertas, como lo sucedido entre el joven Pablo Amaro “el cuerno” y Ángel Seco “mal alma” en el Café de “el malagueño”, donde Ángel hirió con arma blanca a Pablo.
La férrea dictadura de Franco hasta su muerte el día 20 de noviembre de 1.975 seguía respaldando los valores caudillistas de Toro, de sus palacios y conventos, donde se suponía vivían gentes nobles, monjas, frailes y hasta habían existido inquisidores. Esto también respaldaba la dictadura del general, y Villabuena seguía oprimida con los hábitos creados y fundados por esa clase de personas que se creían responsables y respetables.
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