VESTIGIOS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Todo esto vino a desatar aquella maldita guerra civil en el año 1.936 que a nadie benefició, donde después del atraso progresivo, murieron hombres y mujeres inocentes como gorriones dormidos y muchos de ellos por falta de malicia. Las noticias se recogían a través de algún aparato de radio que existía en algún establecimiento y que se dejaba oír a cuatro personas privilegiadas, en el Café Español o Casa el malagueño y en algún periódico aislado que llegaba a través del correo, que según versiones escritas llegaba de Toro, otras decían llegaba de Fuentesaúco, otras aseguraban que venia de Fuentelapeña por conducto de un peatón. Pero lo que más se recuerda, es que llegaba desde Castronuño a través de del señor Antonio (el cartero) y cuando este señor dejó de ejercer la profesión, lo hizo un hijo suyo llamado Luis y ambos hacían el transporte en un caballo pequeño rojo, haciendo servicios extras a la población, recogiendo encargos, avisos, paquetes, etc., en casa del señor Macario Polo; por ello su hijo Delfín Polo era una de las personas mejor informadas a través del periódico El Heraldo de Zamora, que llegaba todos los días para el ayuntamiento; éste llegó a ser alcalde del pueblo. Hasta que el coche de línea de Francisco Sánchez (Paco, el de Palomar) se hizo cargo de el transporte de la correspondencia que recogía en Toro, y llegó, a través de oposiciones, a ser primer cartero Isaias Moralejo.
Como la industrialización brillaba por su ausencia, el analfabetismo florecía endémicamente; tanto es así, que se instalo un buzón en la pared del ayuntamiento para que allí recogiera el cartero la correspondencia que debía transportar a los ausentes del lugar, y había personas que voceando en mencionado buzón hacían constar para donde iba dirigido el escrito, para más seguridad de que no se perdiera la carta; estas en su mayoría iban dirigidas a los trabajadores emigrantes en Asturias, Palencia o León.
Una de las personas más respetables del lugar en esta época de guerra y posguerra, fue aquel medico que cubrió la plaza al fallecimiento de don Marcelino “el gallego”, llamado don Eloy Rubio Mateo, el cual estuvo en el pueblo hasta su fallecimiento, casado con Amalia Samaniego; este hombre era tan familiar para los vecinos, que él mismo buscaba los hogares de los enfermos, en vez de los enfermos buscar la casa de ese médico legendario. Se recuerda el celo de este señor en su profesión, que si tenía que marchar fuera del pueblo, a Toro, Zamora, Salamanca...., antes de partir hacía la visita a sus enfermos aunque fuera de noche todavía. Se recuerda que Eugenio Vázquez, por estas fechas, se encontraba refugiado en su casa huyendo de la justicia, al haberse escapado de la cárcel (como preso político) por el delito de no pensar igual que los amantes de la dictadura franquista, a pesar de haber tenido casi finalizada la carrera de cura. Su esposa Justa González, se encontraba enferma, y don Eloy ese día debía viajar a Zamora y antes de que fuera de día, comenzó la ronda de visita a sus enfermos; al llegar a casa de Justa empujó la puerta de dos hojas y penetró en la habitación que ocupaba la enferma, pero se dice que con ella se encontraba su esposo (ya que el día, para no dejarse ver, lo pasaba en una bodega que la vivienda tenía en el corral), éste al sentir la puerta tuvo que tirarse debajo de la cama y en lo que el médico reconoció a la enferma allí se quedó. El secreto de si lo vio el medico o no, se lo debió de llevar don Eloy al otro mundo, pues nunca se supo si fue visto o no, ni se supo nada para que pudiera peligrar la vida de Eugenio Vázquez.
Era nuestra infancia, y aunque no recordamos nada de lo que sucedió durante la maldita guerra civil, aquella que estalló el 18 de julio de 1.936, solamente tengo un vagó recuerdo de un hermano al que mataron en la batalla del Ebro y que figura en la lista que forman los caídos en dicha guerra, en el monolito realizado en honor a los caídos en la guerra civil española, que el pueblo les ha tributado como símbolo de valentía y orgullo en tiempos pasados; hoy sin saber porqué, ese punto que se tenía por sagrado se ha convertido en un tema conflictivo con hasta pintadas en honor al desprestigio. Pero lo mucho que he leído de ello, lo que me han transmitido de boca a boca y los testimonios que he visto, me presentan la fatídica noche del 29 de octubre de 1.936 como una fecha desoladora y angustiosa para este humilde lugar de Villabuena del Puente. Donde se solía vivir pacifica y honradamente, se desató el enredo de los conflictos interpersonales, odios, envidias, rencores, obsesiones y miedo. Y donde esa trágica noche fueron asesinadas diez personas inocentes; solamente por cometer el delito de seguir las normas democráticas, que nuestro pueblo y todo el pueblo español había elegido en libre votación.
Creemos inadmisible que a este amargo suceso (hoy todavía) se le quiera atribuir el que “tiene el color a través del cristal con que se mire”. Nosotros entendemos, ahora y siempre, que se mire como se mire, segar diez vidas, dejando viudas, familias rotas (hasta con hijos póstumos), siempre será un asesinato; y como cigüeña voladora de la historia e igualmente calificamos otra vida segada en el pueblo o del pueblo por las mismas causas de revancha y seguiremos pensando que el mismo valor debe tener para todo el ser humano la vida. Puesto que los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos.
Estamos convencidos que la historia hay que escribirla tal y como ha sucedido, después el lector es quien debe juzgar los hechos, porque aunque se pongan cristales, cuando es de noche es para todos igual, con cristales y sin cristales, sean de un color o de otro. Es más, atraídos por los valores históricos, sabemos que después de esta maldita guerra, finalizada el día 1 de abril de 1.939, se siguió una revancha atroz, que en personas civilizadas, con cristales o sin cristales, nunca debiera haber existido. Y nosotros como cristianos de buena fe nunca nos hemos creído lo que se intentó hacer creer, de que se hacía en nombre de Cristo. Para nosotros no pasarán al olvido estos hechos acaecidos en nuestro pueblo, aunque perdimos un hermano en los campos de batalla lo damos como más honroso al olvido, pues consideramos que no dejó de ser en un campo de batalla, justa o injusta, pero batalla.
Según alguna reseña escrita, nos hemos enterado de que en la guerra con los franceses desaparecieron cierto numero de personas del lugar de Villabuena, atribuyendo su desaparición a que fueron asesinados por los guerrilleros de Napoleón y años más tarde aparecieron los cadáveres enterrados en una finca cercana al pueblo, denominándose dicha finca (desde entonces) la tierra de los muertos. Esto es una hipótesis y desconocemos si fue o no verdad, pero lo hacemos constar, siendo esto cierto, no deja de ser un asesinato. Aunque el asesinato fue realizado por unos extranjeros bárbaros en lucha por el poder y la riqueza de conseguir territorios de otra nación; pero no fueron asesinados por su propio pueblo, como le sucedió a Jesús de Nazaré y a los muertos en Villabuena del Puente, el día 29 de octubre de 1.936.
La situación dejada por la guerra civil, hizo nublar la vista por el odio; pues Villabuena, por estas fechas, fue un pueblo pacífico, agrario, dedicado fundamentalmente a una agricultura de escasos rendimientos, que le estrangulaba la falta, casi absoluta, de comunicaciones. Pues no se recuerdan casos llevados a magistratura del trabajo y el personal obrero, con su sueldo, se conformaba con el subsidio familiar que se percibía en razón al numero de hijos que componían una familia numerosa. Aún reconociendo que se vivían años de silencio, esta guerra volvió a generar más brotes de emigración, reforzado aún más, por la decisión de los jueces zamoranos, que en el año 1.936 después de interminables pleitos, se concede al marquesado de los Portocarrero las tercias de Toro y Zamora, siendo repartido con los Silva, lo cual repercutió en decremento del pequeño labrador arrendatario. No sabemos si esto afectó a nuestro pueblo mucho o poco, pero lo que sí sabemos es que muchas familias emigraron a zonas cercanas, ya citadas, de minas, o Corrales del Vino, donde existía una fábrica de objetos y medios de construcción donde se fueron a instalar familias enteras para buscar su supervivencia, entre ellas se recuerdan las de Anselmo, Javaresto, los hijos de la tía Obdulia, Demetrio y Matías, los hijos de Ambrosio González, Teodosio y Vicente...
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